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Blog #1 - ¡He llegado!

  • Foto del escritor: Gabriel LAUDE
    Gabriel LAUDE
  • 18 oct 2022
  • 4 Min. de lectura

Vista del puerto del Callao unos minutos antes de aterrizar en Lima.



Lima, 14 de agosto de 2022


Querido Yann,



He llegado a Perú. ¡Qué emoción! Aquí estoy en otro hemisferio y a veces incluso me siento como si estuviera en otro planeta. Salí de París a las 10 de la mañana bajo un calor sofocante y, 12 horas después, aquí estoy en Lima, 3 de la tarde, 15 grados y una grisura digna de nuestro querido París. Aquí estoy, pues, no muy descolocado. Me habían advertido, pero no podía creer, a pesar de todos mis esfuerzos de imaginación, que el clima fuera tan ingrato. Cuando intenté imaginarme Perú, lo asocié inmediatamente con el sol, con los trópicos, el país está después de todo cerca del Ecuador. Pero tuve que enfrentarme con la realidad, mis camisetas de verano, mis pantalones cortos y casi todas mis pertenencias, llevadas en mi dichosa inocencia, no me servirán para nada de momento. En mi descargo, parece que no soy el único al que le ha pillado por sorpresa el clima de la capital, este invierno es uno de los más duros que ha vivido la ciudad, según los lugareños.


Una vez instalado, lo primero que hice fue ir a buscar ropa de abrigo. Una chaqueta de plumas, calcetines gruesos, un gran jersey de lana de alpaca... y un poncho. No pude resistirme cuando se presentó ante mis ojos, tenía que conseguirlo. De momento, me basta con llevarlo en casa, pero nunca se me ocurriría llevarlo fuera. Al menos no aquí, no en Lima. En Lima, las unicas personas que llevan ponchos en la calle son los comerciantes que han venido de los Andes a vender su producto en la capital y... los turistas americanos. No pertenezco al primer grupo y no tengo ningún deseo de que me identifiquen con el segundo. Así que estoy esperando una oportunidad para estrenarlo en público, pero tengo la esperanza de que llegue. Quizá en un viaje a los Andes, ¿quién sabe? Me gusta mirarme con mi poncho en el espejo, pues me veo radiante. No sé cómo explicarlo, pero hay algo que me fascina de la cultura y el mundo andino. Podría ser el universo mágico-espiritual que persiste en los Andes y que hemos erradicado completamente de nuestra cultura en Francia mediante la guillotina y el laicismo? No lo sé. Tendría que profundizar en esta cuestión.


Aparte del frío y el gris, me estoy adaptando poco a poco a la vida aquí. El cambio de horario me alteró el sueño y el apetito los primeros días, pero ahora está mejorando. Si tuviera que elegir lo que más me sorprendió al llegar aquí, sería sin duda los coloridos y fastuosos puestos de frutas y verduras que llenan las estanterías de los supermercados. Piñas, mangos, papayas, plátanos, aguacates... Hay muchas frutas que ni siquiera me imaginaba que existían. Todos ellos son abundantes y están bien presentados, no como nuestros supermercados nacionales. El capitalismo no se ha detenido en las fronteras de Perú, ni mucho menos. A continuación, tengo que hablarte de las patatas de aquí. Pensarás que te exagero, pero tienen una sección especial dedicada a ellas. Ahora bien, parece que Perú cuenta con más de 3.000 variedades, ¿te lo puedes creer? Qué idiota soy, pensaba que sólo había una decena de ellos como máximo y que sólo podían ser amarillos. Te adjunto algunas fotos de estos espléndidos puestos al final de esta carta. Si alguien me hubiera dicho alguna vez que iba a delirar con los puestos del supermercado, creo que le habría llamado fabulador.


Sin embargo, algo a lo que me costó acostumbrarme fue a la persistencia de las medidas sanitarias contra Covid. Pensaba que por fin había salido del atolladero, que por fin iba a poder disfrutar plenamente de mi juventud, pero, a fin de cuentas, habría sido mejor quedarme en Francia para eso. Aquí, el Covid es todo menos un recuerdo del pasado y la sociedad aún se está recuperando de los efectos devastadores de la pandemia tras dos años de ardua lucha. Los alumnos acaban de volver a las escuelas tras un paréntesis de dos años de enseñanza a distancia, al igual que los estudiantes universitarios. ¡Puedes imaginar lo que son dos años sin escuela para un niño! ¡El enorme retraso en la adquisición de conocimientos, pero sobre todo la falta de interacción social con jóvenes de la misma edad es algo primordial a esa edad! Las consecuencias sociales y psicológicas prometen ser considerables para esta generación.


Aquí, las restricciones sanitarias siguen vigentes y es necesario tener no dos sino tres dosis para entrar en la mayoría de los espacios públicos, además de llevar una doble máscara. Así que, a pesar de todos mis recelos, tuve que ir a vacunarme para no arriesgarme a verme limitado en mis actividades diarias. Al principio, estas medidas me parecieron desproporcionadas. Al fin y al cabo, en Francia las medidas nunca me habían exigido que me vacunara por tercera vez porque ya había tenido el Covid. Además, la doble mascarilla nunca se impuso en ningún sitio, sobre todo porque su eficacia se cuestionaba a menudo... Dando un paso atrás, me doy cuenta de que, en realidad, la reacción de los peruanos es bastante comprensible dada la experiencia del país con la pandemia. Decenas de miles de muertos. Más que durante toda la guerra interna que se libró entre las Fuerzas Armadas y el grupo terrorista Sendero Luminoso durante las décadas de 1980 y 1990. Perú es el país con más muertes por Covid por millón de habitantes, un triste récord...


Los hospitales se convirtieron en verdaderas fosas comunes donde las familias vieron ingresar a sus seres queridos sin saber que probablemente no los verían nunca más. Algunos tenían patologías de riesgo como en todas partes, pero muchos murieron por la ausencia de un sistema sanitario eficaz. Otro factor agravante que con demasiada frecuencia han pasado por alto los comentaristas aquí y en casa es el tiempo que tardaron los países occidentales en suministrar las vacunas a los países "en desarrollo". ¿Será que el desarrollo económico va de la mano de la insensibilidad, es más, de la inhumanidad? Cuando pienso en esto, me siento un poco avergonzado de pertenecer a un país supuestamente "desarrollado".


Cuando pienso en ti y en los demás que están en Francia, me digo que vivimos perpetuamente desfasados, me levanto cuando tú terminas tu jornada y me acuesto cuando tú te levantas. Es raro, pero me voy acostumbrando. Es bueno saber de ti y de los demás, seguid comunicandose conmingo a menudo.


Hasta pronto,


Gabriel


Fotos en desorden




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